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viernes, 3 de septiembre de 2010
BIBLIOTECA ESCOLAR Y HÁBITO LECTOR
Por: Kepa Osoro
Recuperado de http://www.cesdonbosco.com/revista/revistas/revista%20ed%20futuro/EF2/biblioteca_escolar.htm
1. HACIA UNA LECTURA CRÍTICA,COMPRENSIVA Y PLACENTERA
Todo nace de la abrumadora constatación de una realidad hiriente: el fracaso escolar va creciendo progresiva y devastadoramente entre nuestros escolares. Muchas son las posibles causas del fracaso escolar, de acuerdo; y aunque no queremos de ningún modo simplificar, nos vamos a detener en el análisis de la repercusión de la lectura en el éxito/naufragio de nuestro sistema educativo. Una primera aseveración podrá parecer radical, pero nuestra experiencia nos ha llevado a formularla: estamos convencidos de que el 90 % de los barcos escolares que encallan antes de llegar a puerto están siendo torpedeados por problemas relacionados con la lectura. Reflexionemos juntos: ¿cómo puede desarrollar adecuadamente su proceso de maduración y aprendizaje un individuo medio que no tiene ninguna afición por los libros -por la lectura gozosa y recreativa- y cuya comprensión lectora se encuentra bajo mínimos?
Un muchacho que ni siquiera es capaz de disfrutar de las fantásticas aventuras -unas veces tiernas, otras apasionantes o patéticas, o exultantes, o misteriosamente íntimas- que se esconden en la literatura infantil que existe en el mercado, ¿cómo va a ser capaz de “leer”, de estudiar, de “temblar de emoción” cuando se le obligue a aprender teoremas y teorías, ideas e ideologías, historias y filosofías que están en otra onda totalmente distinta a la de sus gustos, sus intereses y sus motivaciones? Y si ese individuo tipo no tiene ni siquiera una lectura comprensiva, ¿cómo va a ser capaz de realizar tareas tan poco atractivas y motivantes como la resolución de un problema matemático? ¿No hemos caído en la cuenta de que tras un chaval al que “se le dan mal los números” puede haber simplemente un problema de comprensión lectora? Si un individuo no entiende el planteamiento escrito de la tarea que pretendemos que resuelva, ¿cómo podremos saber si tiene capacidad, dificultad o ineptitud?
Otro hecho: los niños, al llegar a la escuela, se estremecen de emoción cuando se inician en el aprendizaje lector. Es una emoción entre divertida y traviesa, entre misteriosa y expectante porque saben que cuando sean capaces de descifrar aquellos signos que lo invaden todo (folletos, camisetas, TV...) habrán dado un paso de gigante para que sus padres les consideren... ¡más mayores! Están deseando bucear entre las letras, entre esas mágicas páginas cargadas de símbolos a las que los mayores llaman cuentos y de las que mamá y papá, la abuela y con un poco de suerte el maestro, extraen fabulosas historias de duendes y enanitos, de brujas y de hadas, de tierras lejanas y de objetos cercanos. Entonces el niño comienza su paso por la escuela y es ésta la encargada de provocar ese aprendizaje hechizador. Pero algo está fallando porque el empuje inicial, el entusiasmo innato a la curiosidad infantil se apaga a los pocos meses y dificulta el afianzamiento de un auténtico hábito lector. ¿Que la culpa la tienen la tele y los videojuegos? ¿Que la familia no lee, que no se preocupa de fomentar el gusto por los libros? Sí, todo eso es muy real - y a la vez muy discutible-, pero no podemos cerrar los ojos por más tiempo y debemos preguntarnos: ¿no será la escuela - con sus métodos, actitudes y planteamientos- la que está matando el apasionado empuje con el que el niño se acerca a los libros?
No podemos negar que la lectura en esos primeros años supone para el niño un amplísimo horizonte de fantasía y sueños, una estimulante mezcla de conjuros mágicos que le permitirán abrir mil puertas y descubrir infinitos mundos de la mano de utópicos, irreales y al mismo tiempo cercanos y entrañables seres. Nos empeñamos en dotarle de las técnicas y mecanismos para descifrar los signos gráficos, pero nos olvidamos del objetivo didáctico que ha de inspirar nuestro trabajo.
Ahí es donde reside el matiz revolucionario que hemos de introducir urgentemente en nuestra didáctica de la lectura: hasta ahora nos limitábamos en los primeros cursos de Primaria a “enseñar a leer” (deberíamos decir “enseñar a descodificar signos escritos”). Y para lograrlo rebuscábamos en las editoriales hasta dar con el método que nos permitiera lograr que a final de curso nadie nos pudiera reprochar que “nuestros niños NO SABÍAN leer”. Estaba en juego nuestro prestigio profesional.
Preguntémonos qué es lo que entendemos por lectura, planteémosnos si esta tarea tan compleja y a la vez fantástica y trascendente consiste sólo en trasladar el mensaje escrito a nuestro cerebro para que éste lo recicle y modifique nuestra conducta o nuestros razonamientos posteriores, o si creemos que el proceso lector va mucho más allá, que profundiza desde lo intelectual a lo afectivo, lo emocional, lo íntimo, lo onírico e incluso lo irreal. Mientras en la escuela no se enseñe a los niños paralelamente a descifrar signos y a alcanzar una lectura crítica, comprensiva, libre y motivadora, no se conseguirá que el proceso sea perdurable y progresivo, no sólo en el tiempo sino, sobre todo, en el interés y la emoción espontánea. Logremos que el primer contacto del niño con los libros sea apasionante, emotivo, gozoso y que sus primeros pasos empapándose de letras le resulten inolvidables y habremos sembrado en él tal “adicción” a la lectura que un libro le arrastrará hacia todos los demás.
1.1. La biblioteca, eje del centro educativo
Hasta ahora el libro ha sido considerado en la escuela como fuente de conocimiento y de nociones teóricas sobre los distintos campos del saber. En las aulas durante muchos años sólo han estado presentes tres tipos de libros: los de texto, los que podían ampliar la “cultura” de los escolares y la llamada literatura “clásica” (Quijote, Divina Comedia, Lazarillo...). Pero, poco a poco, y gracias al empuje y entusiasmo de algunos docentes, se han ido introduciendo otro tipo de lecturas: las obras de Literatura Infantil y Juvenil.
Afortunadamente en nuestro país hemos asistido durante los últimos años a una impresionante expansión del sector editorial dedicado a los más pequeños. Nuestra tradicional carencia de narrativa para ellos se ha superado por completo y ahora es una auténtica gozada sumergirse por los pasillos de las librerías porque por todas partes asoman obras magníficas (aunque por el afán de vender algunas editoriales han perdido el rumbo), tanto en ilustraciones como en calidad literaria y presentación física de los libros. Pero esta auténtica “edad de oro” de la Literatura Infantil y Juvenil todavía no ha penetrado con suficiente rigor, continuidad y sentido común en nuestras escuelas. Los maestros que están verdadera y personalmente comprometidos con la lectura luchan aisladamente por acercar la lectura recreativa y placentera hasta sus alumnos. Pero los equipos directivos de los centros escolares parecen todavía reticentes a admitir que la literatura para niños ha de ocupar un lugar preferente en nuestras aulas y que lo ha de hacer de la mano de otros soportes documentales todavía más “revolucionarios” para muchos docentes: publicaciones periódicas, materiales sonoros (videos, casetes, discos compactos...), productos multimedia interactivos, etc. Es por eso que se hace evidente la necesidad de disponer en nuestros colegios e institutos un lugar en el que poder centralizar toda esa información. Ese lugar ha de ser la biblioteca escolar y tal vez si reflexionamos sobre sus funciones y su importacia llegaremos a ser capaces de reivindicar su establecimiento en los centros educativos por parte de las autoridades ministeriales.
La escuela ha de alentar la búsqueda de investigación documental, ha de facilitar a los estudiantes los mecanismos y las herramientas para que ellos mismos sean capaces de acceder a la información y puedan dirigirla de un modo creativo y riguroso hacia su interior de manera que lo aprendido sea asimilado de un modo inteligente, significativo y duradero. Pero no podemos olvidar que la biblioteca escolar ha de estar abierta hacia el exterior, ha de comunicarse de un modo decidido y entusiasta con otras instituciones sociales que pueden aportarle otros recursos y a las que puede enriquecer. Y esta apertura ha de venir dada no sólo por un absoluto convencimiento de que es deseable sino también por la constatación de otra evidencia, dolorosa, pero de momento irresoluble: los recursos materiales y de personal con los que cuentan nuestros centros educativos no universitarios son escasos. Ante esta realidad no podemos cruzarnos de brazos y esperar a que la administración venga a socorrernos. Mientras esa ayuda llega impregnemos nuestra función docente de imaginación, entusiasmo y clarividencia. Faltan recursos, sí, pero muchas veces lo que escasea por parte de docentes y bibliotecarios es el interés por avanzar y emprender aventuras y proyectos innovadores y comprometidos. Si no cambian las estructuras escolares, las jerarquías de prioridades dentro de los currícula y el lugar en ellos de la lectura y de la biblioteca... Mientras ésta no se sienta como necesaria en la escuela y se rompan los esquemas de trabajo de muchos docentes que se aferran al libro de texto como tabla de salvación de sus propias limitaciones..., mientras todo esto no se produzca la biblioteca escolar seguirá siendo una utopía.
Cuando se habla de bibliotecas escolares diferentes adjetivos calificativos se incorporan al debate: necesidad, utopía, delirio necesario1, ilusión, etc. Nosotros nos inclinamos por dejar a un lado las consideraciones pesimistas y las grandilocuentes: la biblioteca escolar es un derecho irrenunciable2 de todos nuestros estudiantes no universitarios. Y es que no debemos condenarles a una educación obsoleta basada en el libro de texto y en el “profecentrismo” sino que hemos de darles acceso a una formación que les facilite las herramientas intelectuales y técnicas que les permita manejar la avalancha de información que se les viene encima, que les ayude a desarrollar un espíritu crítico ante la manipulación de los medios de comunicación, que les aporte los mecanismos intelectuales para saber escoger, decidir, interpretar, cuestionar y reelaborar la información ante el al logro de unos criterios personales, libres y equilibrados.
La biblioteca ha de ser el corazón de la escuela, el eje sobre el que gire todo el desarrollo del currículo, el motor del cambio y la mejora, en primer lugar del sistema educativo, y, más tarde y como consecuencia, del entramado social en todos los aspectos culturales, éticos y estéticos. Pero reivindicar la biblioteca no es pedir un espléndido espacio físico lleno de los materiales librarios y no librarios más sofisticados y futuristas. Es enarbolar una bandera que rebose compromiso, autocrítica y voluntad de transformación. Que nadie crea que la biblioteca será, en sí misma, la solución a ningún problema, ya sea éste académico, estructural o cultural. Puede ser la tierra fértil sobre la que brotará el bosque más exuberante si la riegan maestros, padres, alumnos y bibliotecarios dispuestos a llevar a cabo una revolución consensuada y tolerante, realista pero valiente. Tendrán que emplear fertilizantes “ecológicos” y vanguardistas: respeto, diálogo, cooperación, igualdad, honestidad y sentido común.
La biblioteca escolar habrá de ser un auténtico centro de recursos, un manantial eterno de información, de sugerencias, de actividades socioculturales y a la vez festivas, una fuente inagotable de herramientas para ampliar el conocimiento y, al mismo tiempo, la cuna de la fantasía, el hogar de lo poético, el rincón de la palabra serena, la amistad, la libertad y los sueños. Las administraciones tienen una gran responsabilidad en este terreno, pero no son las únicas culpables de la situación actual. El profesorado tiene mucho que decir, mucho que cambiar y mucho a lo que comprometerse. No podemos seguir escondiendo la cabeza y justificando nuestra apatía y falta de formación porque “el MEC no hace nada”. No hay medios ni económicos ni humanos suficientes, de acuerdo, pero ¿no es menos cierto que escasea, por parte de la mayoría de los profesores y bibliotecarios, el interés por avanzar y llevar a cabo proyectos comprometidos e innovadores? Si los docentes estuvieran decididos a transformar sus hábitos didácticos, a elaborar coherentes y minuciosos proyectos de lectura y biblioteca (como los llevados a cabo, por ejemplo, en Fraga y Teba), se llevarían por delante la apatía del Ministerio y las Consejerías de Educación y se convertirían en prioridades programáticas para los partidos políticos.
La biblioteca escolar aportará muchas ventajas a la escuela, pero también exigirá el compromiso entusiasta y decidido de los diversos agentes de la educación lectora: maestros, bibliotecarios, padres, estudiantes y legisladores. Ninguno de ellos podrá delegar en los otros sus responsabilidades ni incumplir su papel porque echaría a perder el trabajo de todos. Trataremos de definir más adelante las aportaciones de la biblioteca al proceso de enseñanza/aprendizaje que se lleva a cabo en la escuela y los compromisos que habrán de asumir todos los miembros de la comunidad escolar. Antes comenzaremos por exponer nítidamente qué modelo de biblioteca escolar propugnamos, qué pedimos concretamente a las distintas administraciones públicas sobre bibliotecas escolares y qué relaciones pueden establecerse entre éstas y las bibliotecas públicas.
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El proceso educativo es un trabajo de equipo en el que tienen que estar involucrados maestros y padres con un mismo fin, el desarrollo integral de los estudiantes. En este sentido la biblioteca escolar juega un papel de suma importancia, ya que posee las herramientas para servir de puente en este proceso. ¡Excelente artículo, Eric!
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con el autor del artículo Kepa Osoro, ya que la biblioteca tiene que hacer ajustes para mantenerse vigente ante la nueva tecnología. Por lo tanto, las funciones del bibliotecaria también tienen que modernizarse para estar preparados ante las demandas de los usuarios. Buen artículo.
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